Voy a retomar la temática del liberalismo y la prostitución, en su día la entrada de D.Federico generó muchos comentarios por lo que considero que este tema resulta de especial interés entre mis lectores.
Hoy abordaremos la prostitución desde el punto de vista de Francisco Capella, director del área de Ciencia y Ética del Instituto Juan de Mariana y creador del proyecto Inteligencia y libertad. Además es colaborador frecuente del periódico on-line Libertad Digital.
Ha escrito dos artículos al respecto, en el primero analiza este asunto desde una racionalidad estrictamente liberal. El respeto a las decisiones individuales es el eje vertebrador de su discurso, por tanto considera legítimo cobrar por mantener relaciones sexuales e incluso el proxenetismo libremente aceptado (que no suene raro, en Hetaira también proponen derogar el artículo 188 del CP que lo tipifica como delito). Al hablar de libertad lo hace en todos los sentidos, así tanto el cliente como la prostituta tendrían que consentir para mantener el encuentro, bastando el desacuerdo de una de las partes para que no tuviese lugar la relación. Es decir, habla de una NEGOCIACIÓN ENTRE IGUALES, algo que los abolicionistas niegan pero que de hecho es la norma en este tipo de encuentros.
Se muestra claramente contrario a las prohibiciones estatales, las cuales -fundamentadas en rígidas concepciones morales- no provocarían más que una mayor marginación y empeoramiento de las condiciones laborales de las prostitutas. Esto es exactamente lo mismo que decimos los regulacionistas y no es exclusivo del argumentario liberal, por ejemplo CCOO lo suscribe. Aduce que las ideas proteccionistas y redentoras aplastan al individuo, no tienen en cuenta nuestras preferencias subjetivas. El liberal es un relativista cultural, entiende que no todos los individuos compartimos los mismos valores y busca respetar y ser respetado.
Pero su análisis liberal va más allá, es llevado al extremo. Así también llama la atención a quienes buscamos la normalización social de la prostitución pues no podemos decirles a los demás cómo han de valorar esta actividad. Defiende el derecho a la discriminación, que no es mas que el derecho a la libertad de pensamiento. Por supuesto concuerdo con él, nosotros sencillamente estamos empleando la libertad de expresión para comunicar una idea que puede ser libremente aceptada o rechazada por los demás. En numerosas ocasiones lo he dejado bien claro, yo creo tener la razón (por eso digo lo que digo), pero en ningún caso pretendo imponer mis convicciones y además admito que no son inamovibles, que están en todo momento abiertas a la crítica y a la revisión. ¿Pero que sigo siendo rechazado a pesar de poder expresar mis argumentos? De acuerdo, persistir en el error o en las convicciones irracionales es una opción totalmente legítima. Los liberales creemos que son las propias personas las que deben detectar y, si lo consideran oportuno, corregir sus equivocaciones.
Sin embargo, Capella no es un regulacionista ya que considera que "obliga a los trabajadores del sexo a pagar impuestos confiscatorios y a participar en el sistema coactivo y fraudulento de la seguridad social". Bueno, esto y lo de que no se deban emplear recursos públicos para posibilitar encontrar otro trabajo a las prostitutas ya es más bien propio de un ultraliberal, de un anti-estatalista, posición que no comparto en absoluto. Yo creo en cierta intervención del poder público, siempre que esté orientada a beneficiar a la ciudadanía, se rija por los principios de eficacia, eficiencia y economía y se ajuste a derecho. La Constitución declara que es obligación de los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad e igualdad de los individuos sean reales, por lo tanto yo implementaría cursos de formación o planes de empleo para que (tanto ellas como cualquier otro sector de la población que lo desease) pudiesen mejorar sus opciones laborales. Y por supuesto que, como a cualquier otro trabajador, les reconocería unos derechos que llevan ligados unos deberes (carga impositiva). ¿Que nuestro sistema de seguridad social es manifiestamente mejorable? Desde luego lo es, pero no porque sea deficiente vamos a renunciar a él. Aun así creo que su situación mejoraría ostensiblemente como señala en el segundo párrafo, además es preferible que ese dinero se lo lleve el Estado que no los policías-proxenetas extorsionadores.
Libertad Digital suplementos, 29/06/2001
El ser humano es propietario pleno de sí mismo, de su mente y su cuerpo.
Las personas pueden tener relaciones sexuales de cualquier tipo con quien libremente deseen si respetan la propiedad privada, si la relación es aceptada voluntariamente por las partes implicadas. Una persona puede proponer a otra las condiciones que desee para practicar el sexo, como por ejemplo una contraprestación económica. Es legítimo dar y recibir dinero a cambio de sexo.La prostitución no es un delito por ninguna de las partes, prostituta (gigoló) o cliente. Si la relación entre prostituta y cliente es voluntaria, su prohibición perjudica a ambos. La criminalización de la prostitución provoca su marginación, la clandestinidad, aumenta su precio, dificulta los controles de calidad (por ejemplo sanitarios), hace posibles abusos de los policías y fomenta la existencia y el enriquecimiento de grupos criminales que la controlan en un mercado negro.
La persona que se prostituye puede trabajar por libre de forma autónoma, puede integrarse como asalariada en una empresa de servicios sexuales o puede contratar con un especialista la protección y gestión de su actividad. El proxeneta no es un delincuente si su relación con la prostituta es voluntaria y no violenta. Obligar a otra persona por la fuerza a ejercer la prostitución es un delito, igual que robarle sus ingresos. Igual que un cliente puede seleccionar qué prostituta desea, una prostituta puede negarse a mantener relaciones sexuales sin más explicaciones. La mujer no es necesariamente la parte más débil. Una prostituta no es necesariamente una víctima. Para muchas, la prostitución es sólo un trabajo, una forma de ganar dinero más interesante que otras alternativas menos atractivas.
Las prohibiciones, regulaciones o restricciones estatales a la actividad sexual son violaciones de la propiedad privada típicas de autoritarismos conservadores que pretenden imponer por la fuerza su moral arbitraria particular, y dañan a todas las partes que están dispuestas a mantener relaciones sexuales libremente consentidas. Algunas leyes son tan arbitrarias y absurdas que prohíben la prostitución pero permiten la pornografía, en la cual no sólo hay sexo a cambio de dinero sino que además se filma y se difunde. No son tan extraños los casos de individuos hipócritas que condenan en público la prostitución pero se sirven de ella en privado.
Es propio de los "autoritaristas conservadores" (más conocidos como progres) imponer su moral particular a los demás. No respetan, no aceptan, no toleran a los demás ni otros modelos de vida. Al ver mensajes como éste, que pretenden imponer el pensamiento único, siento que la libertad peligra.Basar la prohibición de la prostitución en la dignidad del ser humano o la degradación de la mujer es tratar a las mujeres como un colectivo uniforme, o quedarse en una idea abstracta disociada de la realidad. Cada mujer es un ser humano diferente, con sus preferencias subjetivas y sus capacidades concretas. Lo que para una persona es denigrante para otra puede ser algo placentero, o algo molesto pero que merece la pena por lo que se obtiene a cambio. Los puritanos o reprimidos intentan imponer su estrecha moral a los demás de forma coactiva, tal vez envidiosos del poder sexual de una prostituta.
Algunas prostitutas pueden sentirse molestas por lo que otras personas piensan de ellas o por la mala imagen de su profesión, por un posible estigma social. Las prostitutas no tienen derecho a controlar las mentes de las demás personas, a decidir qué es adecuado que piensen de ellas. No pueden pretender mantener un honor o prestigio de forma coactiva. Toda persona es dueña de sus pensamientos, opiniones y declaraciones, y puede pensar y decir lo que quiera acerca de la prostitución. La honorabilidad es una cuestión subjetiva que no puede imponerse legalmente. Por otra parte, lo que la mayor parte de la sociedad piense acerca de la prostitución es irrelevante para su carácter ético y no les da derecho a legislar al respecto.
La regulación estatal es mejor que la prohibición, pero no es lo mismo que el ejercicio libre de la prostitución. La regulación no defiende derechos sino que los agrede: impide el anonimato y la confidencialidad, y obliga a los trabajadores del sexo a pagar impuestos confiscatorios y a participar en el sistema coactivo y fraudulento de la seguridad social. Una mujer que desea dejar de ejercer la prostitución puede naturalmente hacerlo, pero no tiene derecho a utilizar recursos ajenos para recibir formación o encontrar otro trabajo.
El problema de las prostitutas que buscan clientes en espacios públicos como calles o parques está causado porque dichos lugares son públicos y su utilización origina conflictos de intereses. La acotación estatal de zonas donde se permite o prohíbe la prostitución es arbitraria. El propietario de un espacio privado es quien está legitimado para decidir qué actividades son permitidas o prohibidas en el mismo.
En los países más pobres, las mujeres que trabajan en el sexo pueden ser el principal o el único soporte económico de su familia, y no tienen por qué avergonzarse de ello. Prohibir su actividad implica condenarlas a la pobreza o a actividades más duras o menos productivas. Respecto a las inmigrantes ilegales o a las drogadictas que se prostituyen, los problemas están en la inmigración ilegal (por la violencia y la pobreza de los lugares de origen) y en la prohibición de las drogas.
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En su segundo escrito aplica estos principios a un caso concreto: la cerrada oposición de Botella a la prostitución. La segunda teniente de alcalde escribió en Mayo de este año un triunfalista artículo (Capella lo linka en el suyo) en el que está encantada de haberse conocido y emplea, uno tras otro, los manidos tópicos abolicionistas. Como liberal me horroriza la carga de moralina que destilan las palabras de una personalidad pública tan relevante (y poderosa, eso es lo peor). Pero como cliente además he de añadir que sus palabras muestran un colosal DESCONOCIMIENTO de la realidad. O si somos malpensados (que con los políticos suele ser una opción recomendable), que únicamente se está sirviendo de un discurso solidario y comprometido para justificar su visceral aversión hacia la prostitución. Soy partidario de esta última posibilidad, por eso mantengo que los abolicionistas no están equivocados: ellos tienen clara su estrategia, que es servirse de la repulsa existente y del desconocimiento de esta realidad para atacarla. Somos nosotros los errados, al no percatarnos de sus movimientos y denunciarlos públicamente. Los abolicionistas no son tontos, son muy listos y tan mentirosos que no dicen la verdad ni a su médico. Y como nosotros somos unos inocentones que tratamos de "convencerles" y "dialogar" con ellos, vamos un paso por detrás. Ellos no van a cambiar, están manipulando CONSCIENTEMENTE; así que hemos de adelantarles y mostrar a la sociedad no sólo que ENGAÑAN, sino ser capaces de explicar por qué lo hacen.
Libertad Digital, 20/05/2009
Parece que Ana Botella ha alcanzado ya el estado de fusión política con sus gobernados: asegura que Madrid tenía razón cuando lo que parece querer decir es "Yo, Ana Botella, tenía razón". ¿Fusión o confusión?
La segunda teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid pretende tener razón en su cruzada personal contra la prostitución y, fina socióloga que es, tiene "la impresión de que está cambiando algo la percepción social de la prostitución". Su sermón moralizante se resume en recordar que se trata de "una realidad que debería avergonzarnos a todos". No se conforma con gobernar la ciudad de Madrid, también quiere controlar nuestras mentes y ordenarnos qué debe avergonzarnos, y no sólo a unos cuantos sino a todos.
Botella se refiere a "la violencia y las condiciones de esclavitud que sufren las mujeres prostituidas". Mete a todas las prostitutas en la misma categoría de esclavas violentadas, lo cual puede ser cierto para muchas pero seguro que no lo es para todas: conviene saber distinguir.
Critica que "durante mucho tiempo en nuestra sociedad ha predominado una actitud complaciente y permisiva, por no decir cínica e hipócrita". No especifica si ese "mucho tiempo" son días o siglos; y quienes no estén de acuerdo con su autoritarismo prohibicionista son cínicos e hipócritas.
"En la Europa del siglo XXI, son muchos los que todavía defienden que se trata de un trabajo más. Una posición fácil cuando se trata de personas desconocidas. Habría que comprobar esta opinión si la 'trabajadora' en cuestión fuese un familiar".
Resaltar en qué continente estamos y en qué siglo no parece muy informativo: pero la prostitución es un trabajo, una forma de ganarse la vida; diferente de los demás por la percepción moral de algunos (especialmente los más estrictos puritanos), pero perfectamente legítima mientras sea una decisión libre en la que no medie agresión de o a terceras personas. En el ámbito social de la señora Botella seguramente esté muy mal visto tener familiares prostitutas (o clientes): pero convendría que recordara que existen prostitutas que ejercen libremente y que tienen parientes a quienes no parece haber consultado. Además ¿desde cuándo la opinión de los parientes puede utilizarse para limitar la libertad de las personas?
Botella resalta que "estamos demasiado acostumbrados a mirar hacia otro lado", pero que "muchos reaccionan cuando se produce en su propia calle". Tal vez sabemos que hay realidades humanas que podemos deplorar pero que difícilmente vamos a cambiar mediante la coacción política. Y pedimos a nuestros representantes que al menos se ocupen de gestionar con un mínimo de eficiencia algo que es bastante público, las calles: es perfectamente consistente defender la prostitución voluntaria pero exigir que no se practique en ámbitos públicos.
Curiosamente la señora Botella, conocida representante de las posturas más reaccionarias, coincide en su análisis de la prostitución con el de los sectores más "progres". Este cartel guerracivilista de la CNT propugna la redención de las prostitutas, otorgándolas por fin "una existencia humana".
Botella está tan perdida en sus malos argumentos que no para de darse la razón a sí misma, siempre escondida tras un plural mayestático: "Ante todo, teníamos razón cuando afirmamos que la prostitución atentaba contra la dignidad de la persona. Pues es una forma de explotación inhumana y degradante, cuya legalización atentaría contra derechos fundamentales". Cuando alguien no tiene argumentos sólidos en un discurso moral recurre al vaporoso concepto de la dignidad humana, en el cual cabe todo aquello que le disguste profundamente y que además no pueda aceptar que otros lo toleren. ¿En qué consiste la explotación si se presta un servicio voluntariamente a cambio de dinero? Lo de degradante es claramente su visión particular disfrazada de hecho objetivo. Y el derecho fundamental, el de la propiedad de cada persona sobre sí misma, difícilmente sufre en relaciones voluntarias.
Sigue: "Teníamos razón cuando defendimos que la prostitución es una forma de esclavitud... las mujeres son retenidas contra su voluntad, ellas y sus familias sufren amenazas y son coaccionadas mediante todo tipo de métodos, como palizas o violaciones en grupo". Algunas mujeres, quizás muchas, pueden estar esclavizadas para el sexo. Y los poderes públicos revelan su sistemática incompetencia al no ser capaces de solucionar esta lacra y proteger los derechos más elementales a la seguridad física; para distraer la atención, atacan a todas las prostitutas y a todos los clientes en general, y así de paso imponen su moral a todos.
Y sigue: "También teníamos razón cuando sostuvimos que la prostitución era una forma de violencia de género. A nadie se le escapa que las víctimas de prostitución y tráfico de personas son mujeres y que los mal llamados 'clientes' son hombres". En la categoría de violencia de género, que sobre todo se refiere a las relaciones afectivas, ya cabe cualquier cosa. ¿Es que las víctimas de la violencia tienen más derechos por ser mujeres? Parece que la igualdad ante la ley está muy pasada de moda.
No para: "Por tanto, el rechazo social de esta práctica debe ir paralelo a nuestra condena de la violencia de género en el ámbito doméstico. Para concluir, también teníamos razón cuando lanzamos el mensaje de que el cliente era cómplice y tenía una responsabilidad en la explotación sexual de cientos de miles de mujeres". Tenemos que mezclarlo y rechazarlo todo en bloque, sin hacer distinciones que sobrecarguen la inteligencia: la violencia en la pareja, la violencia de la explotación sexual y la prostitución consentida. Las cruzadas morales son así.