miércoles, 1 de enero de 2014

La regulación que no queremos

"Nuestro principal problema es la falta de reconocimiento a nuestro trabajo, mientras no se reconozca vamos a estar todas las trabajadoras sexuales en estado de explotación sexual"
Ángela Villón, prostituta y activista pro-trabajo sexual peruana



Los activistas pro prostitución ciertamente no empezamos al año con muy buenas noticias: Ley de Seguridad Ciudadana, Ordenanza municipal en Madrid, penalización de los clientes en Francia... la normalización de la prostitución a través de su reconocimiento legal es una quimera que cada vez vemos más lejos. En cambio, asistimos impotentes a la implantación de la agenda abolicionista a pesar de que no cuenta demanda social y de hecho la mayoría de la ciudadanía se opone a ella.

Cuando se habla de "legalizar" la prostitución (como siempre decimos el término correcto, hoy por hoy, es regular porque todavía no hablamos de un delito... cuando lo sea, entonces sí tendremos que emplearlo, como se hace cuando se trata el tema de las drogas) se suele distinguir grosso modo entre quienes sí están a favor de aceptarla, "legalizándola", y quienes niegan que se pueda reconocer su status de trabajo. Pues bien, no todas aquellas personas que desean que se "legalice" la prostitución lo hacen por los mismos motivos ni tienen parecidos intereses, y desde luego mantienen opiniones muy distintas sobre la misma. Aprovechando el artículo que escribió el escritor Luis Antonio de Villena el mes pasado en El Mundo quiero darles mi opinión al respecto y desmarcarme de quienes, quizá con buena fe pero con un desconocimiento completo de la situación de la prostitución en la España contemporánea, pretenden echarnos una mano que ni hemos pedido ni necesitamos (y que conste que más o menos me cae bien, pues es amigo de Savater quien como sabéis me gusta más que una estrella del pop a una quinceañera).

Estupenda viñeta del ya fallecido Mingote, en la que señala la cantidad de problemas y trabas que ocasionaría una posible regulación de la prostitución. Si la desconfianza hacia el sector público entre la ciudadanía ya es alta (eso que llaman la "desafección política"), entre las prostitutas alcanza cotas estratosféricas.



En esta ocasión les pongo primero el artículo, hace falta que lo lean. Tranquilos, está subrayado para los perezosos o quienes vayan con prisas:



LUIS ANTONIO DE VILLENA, El Mundo - 09/12/2013

El autor asegura que prohibir la prostitución, como en Suecia y como se hará en Francia, empeorará la situación
Explica que, en Alemania, las prostitutas son unos asalariados más que cotizan a la Seguridad Social

EN ESTOS días un país que tuvo fama de galante y licencioso, Francia, ha prohibido la prostitución (con multas a los clientes) en la Asamblea Nacional. Falta -para que entre en vigor- el trámite menos importante del Senado. La polémica en la calle es dura y las televisiones y periódicos (acaso con menos presiones externas que en España) dan espacio y voz, como parece natural, a los que están a favor de esa prohibición y a los no pocos que están en contra. Suena raro que la Francia de Las amistades peligrosas y donde se publicaban -el Ulises de Joyce- los libros prohibidos por inmoralidad en Gran Bretaña y EEUU, ahora (y con un Gobierno socialista) resulte tan «moral». No uso la célebre novela de Joyce por casualidad sino porque uno de sus capítulos más problemáticos para el puritanismo ocurre en un burdel. Y subrayo lo del Gobierno socialista porque no son pocos los que afirman que el puritanismo de izquierdas (en temas sexuales, verbigracia) es mucho más puritano que el puritanismo de derechas, sino le pesa demasiado el vaticano episcopal. Fue una ministra socialista la que prohibió fumar en España en cualquier lugar público cerrado, dando vida a terrazas de invierno, donde nunca las hubo...

Las propias fuentes oficiales indican que la inmensa mayoría de los franceses, el 78%, son contrarios a las sanciones a los clientes de servicios sexuales. Los trabajadores sexuales se han manifestado en contra de esta medida advirtiendo de los efectos devastadores que tendrá. Y a pesar de que la sociedad civil no desea la medida y las personas más directamente afectadas la rechazan, el legislativo francés respalda semejante proyecto. ¿Tiene que ver con una nueva ola puritana como asevera De Villena? ¿Son motivaciones morales las que primero impiden reconocer la prostitución como un trabajo y después llevan a perseguirla, o podrían existir otro tipo de razones?



Pero no quiero irme de un tema (la prostitución) delicado y de suyo irresoluble, por humano, demasiado humano. Quien habla de la prostitución con respeto, sabe que en un mundo ideal la prostitución no existiría, pero es que el nuestro, el de ahora mismo, dista muchísimo de ser un mundo ideal, en ningún sentido. Hablamos de resolver lo que hay molestando lo menos posible. Las idealidades, por ello, quedan fuera. Es indudable que la prostitución callejera molesta y aún en parques o carreteras secundarias, resulta un espectáculo que no hay por qué ver. Se habla mucho (y más cuando se quiere prohibir) de una muy dura expresión: la prostitución es «tráfico de carne humana». Se ha desechado la antigua trata de blancas porque de entrada parece mucho más suave. Claro que los defensores de la legalidad de la prostitución, naturalmente, están en contra del «tráfico de carne humana», pero ¿estamos realmente seguros de que la prostitución es siempre eso? Yo he salido muchos años de noche, y he hablado con «trabajadoras del sexo» como gustan ser llamadas muchas hetairas en la legalidad. Las que yo conocí (aparte algunos secretos sabrosos sobre políticos notables) siempre me dijeron que hacían esa labor -alquilar, no vender su cuerpo- porque querían y porque ganaban mucho más que como asistentas o camareras. 

¿Quiere ello decir que se es puta por vocación? No. Se es prostituta (o minero o vareador de olivos o incluso taxista en jornadas a veces de doce horas al día) porque la vida, la «perra vida» -Dámaso Alonso dixit- te lleva y trae como quiere y puede ponerte en esas y aún en peores tesituras. Es decir, la hetaira no lo es por vocación, sino por aceptación de un destino vital. Aunque no sé qué dirían al respecto las mujeres y los hombres jóvenes que se dedican con muy alto lujo a eso, y que evidentemente nunca han estado en los arcenes de las carreteras sino que usan pendientes de brillantes auténticos.

En España las prostitutas también han expresado públicamente sus demandas, que nada tienen que ver con las actuaciones finalmente llevadas a cabo por las diferentes administraciones. ¿Cómo es posible que los poderes públicos sean tan impermeables a las reclamaciones de un colectivo que, según declaran, les importa muchísimo y tienen tantos deseos de proteger?



Se dice que hay mafias que trafican con mujeres y es verdad. Está claro que tales mafias deben ser perseguidas, castigados los proxenetas y liberada cualquier mujer que esté haciendo obligada lo que no quiere hacer. Eso es obvio. Pero pensemos que en determinadas redadas policiales a ciertos malfamados «puticlubs» de carretera (por lo demás harto visibles) las asustadas mujeres sin papeles pueden -como defensa- decir que están allí obligadas y en algunos casos no ser cierto. La Justicia aquí debiera saber calar tan hondo y fino como un psiquiatra. Pero quede claro: nadie debe estar obligada, haciendo lo que no quiere y pagando cuota, además, al proxeneta o chulo de turno. Naturalmente eso debe ser castigado y perseguido. Hablamos sólo y únicamente de las «trabajadoras del sexo» que libremente quieren hacerlo y firman un papel (en comisaría si es preciso) certificando que son mayores de edad y que hacen su labor sexual libres y por voluntad propia. Así se puede legalizar la prostitución, como ha ocurrido en la conservadora Alemania hace ya más de diez años. Las «trabajadoras del sexo» cotizan a la Seguridad Social, tienen derechos y horarios laborales, asistencia sanitaria y están en lugares cerrados donde el que no quiere ni va ni ve. Me parece una muy digna solución a un problema casi insoluble, porque hay gente que siempre buscó en el amor mercenario compañía o sucedáneo grato al amor y todo eso les parece muy frío. Pero es mejor que la calle. 

Un amigo mío (cuando los burdeles eran legales, en España hasta 1956) tenía un tío, desafecto al hogar, que tenía morada en uno, donde pasaba la noche con las chicas, jugando a las cartas. Era otro tiempo, pero no es una novela de Galdós ni de Baroja ni literatura galante. Frente al modelo alemán (respetado por Merkel y sus conservadores sin presiones religiosas, pese a que la canciller es hija de un pastor luterano) está el modelo de Suecia. Sí, el país de aquellas suecas liberadas y en bikini que -en los pasados años 60- encendían la reprimida libido de los machos carpetovetónicos en el primer turismo, ahora viven en un país que prohíbe la prostitución y multa a los clientes, sin duda movido por un rigor moral (acaso de izquierdas) pero que retrotrae a la feroz y rígida moral calvinista. El evangélico Calvino y la católica Inquisición conocieron muy similares hogueras. En el actual debate francés entre Alemania y Suecia respecto a la prostitución, parece que -entre amplio descontento- ganará Suecia; los que están a favor de la legalización afirman, creo que con toda razón, que la prohibición no arreglará nada, sino que traerá más problemas, mucha más sordidez, y cierta injusticia. La prostitución de alto standing seguirá existiendo, pero la más corriente, perseguida, volverá a la suciedad de la marginación, de la clandestinidad y a todos los problemas de salubridad e inseguridad que ello conlleva. No habrá menos prostitución, sino más injusticia (los ricos, como siempre, beneficiados) y muchos, muchísimos más proxenetas y matones para proteger a las subterráneas malditas.

El autor de este artículo advierte de la nefasta confusión entre moral y derecho, al convertir los pecados en delitos. Una buena parte de la clase política española considera que, efectivamente, "pagar por sexo es un crimen" como refleja este cartel elaborado por el Ayuntamiento de Sevilla. Los mismos malversadores de fondos que no tienen reparos en hacer facturas falsas, desviar fondos, cobrar comisiones ilegales, quedarse con el dinero de los parados y un sinfín de chorizadas más resulta que en el tema del sexo se vuelven unos santos varones. ¿No habrá, como en tantos otros casos, algún interés económico de por medio? ¿De qué modo podría beneficiar a nuestros dirigentes que un colectivo de personas, que por cierto ganan mucho dinero en efectivo, no pudiese regular su situación ni justificar la fuente de sus ingresos?



CUANDO EN el franquismo la homosexualidad estaba prohibida, existía mucho ligue callejero (no siempre seguro) y baritos clandestinos o semiclandestinos donde la gente iba aún a riesgo de redadas policiales -que había- y de pasar unas horas vergonzosas en comisaría quedando marcado con una ficha de «peligrosidad social». Pese a ello (y mil episodios vejatorios desde el poder, que aún abochorna contar) la gente gay seguía yendo a lo prohibido. Y como en el bolero parecía tener todo más morbo, oyendo aquella canción: Soy lo prohibido.

Mucho me temo que nuestro Gobierno (que pese a los mil terribles problemas que tiene y muy graves) anda tanteando este otro, también quiere tomar el camino sueco y no el alemán, mucho más sensato. Pero es que -tristemente- en la decisión de la derecha española (diferente a la alemana) sigue pesando la confesionalidad católica y el peso de nuestra más que retrógrada Conferencia episcopal. Señores, en una democracia moderna como quiere ser la española, delito y pecado no son nunca ni pueden ser sinónimos. Las «trabajadoras del sexo» y sus clientes pecarán, por qué no, pero en absoluto tienen por qué delinquir. Si no, muchos de nuestros actuales ministros, ministras o altos dignatarios del PP serían delincuentes, pues si católicos son en pecado están, separados del primer cónyuge y vueltos a unir con otro por lo civil, lejos de la Iglesia. Para ese pecado (que a los no católicos ni nos va ni nos viene) argüirán elementos de modernidad que no entienden en el tema de una prostitución legalizada, que no moleste a nadie, porque está bajo control estatal y naturalmente sólo hace uso de ella quien quiere. Esto -dentro de lo delicado del tema- es libertad, lo otro no, pues vulnera la libertad individual (como Orwell previó) tan maltratada, la pobre. Ninguna solución es por entero buena -no somos ángeles- pero la cautelosa legalización tiene más ventajas y es más normal que la prohibición pura y dura. Ni el Gobierno de Israel basa sus leyes ya en el Levítico.
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Como saben perfectamente por entradas anteriores, y además ya les he adelantado en los pies de foto, pienso que todo eso de los prejuicios morales y convicciones religiosas sobre la prostitución no es más que una patraña, una "cortina de humo" dirían en politiqués. No me cabe la menor duda de que es algo que sí que afecta a un sector de la población, pero no a nuestros gobernantes. Ellos son demasiado listos (que sí, precisamente porque no lo aparentan) y sólo emplean una serie de justificaciones como excusa para mantener la prostitución en un estado de inseguridad jurídica y desprotección legal, como dije en su día en una entrada dedicada ex profeso a este particular. Cuando un político va a robar (esto es, a hacer su "trabajo"... manda huevos que dedicarse a la política sí sea considerado un trabajo y no putear, que es cien veces más honrado) nunca lo declara abiertamente: "eh, chavales, que vengo a sisaros los duros que tanto os ha costado ganar pa meterme una peazo mariscada entre pecho y espalda con los colegas". No, así no se hacen las cosas. Lo que hace es decir, con una sonrisa de oreja a oreja, que todo se hace "en aras del bien común", que se persigue "el interés general", o que son "medidas sociales". Así, sí. Cuando oigan esas palabras, o similares, prepárense porque se ha abierto la veda. Los políticos ya se relamen, preparándose para darse un festín a costa del sufrido contribuyente. Entonces aprueban colosales subvenciones para los amigos con la excusa de invertir en energías renovables, por la "sostenibilidad", o meten a paniaguadas que no saben hacer la O con un canuto en institutos de la mujer y observatorios de género porque ya se sabe que estamos comprometidos con la "igual-dá", o se forran gracias al dinero que debería ir para algún oscuro proyecto en el extranjero imposible de controlar, informes de cuatro hojas que nadie lee y copian de Internet o cursos de formación para parados que acaban en catas etnológicas.

Con la prostitución pasa lo mismo, hay un discurso oficial que se airea y una realidad que trata de ocultarse. Los motivos por los que deseamos una regulación de la prostitución son muy claros: defendernos del sector público, poder contar con esa mínima protección exigible en un Estado de Derecho que evite la arbitrariedad de la administración. Porque ése es el problema de fondo, al ser considerados delincuentes (las prostitutas, los clientes, o ambos... peor cuando con ese cinismo tan propio de los políticos dicen que las chicas son "víctimas" pero las tratan a palos, como si fuesen criminales de la peor calaña) NO TENEMOS DERECHOS. Nos vemos inermes ante cualquier abuso que se pueda perpetrar contra nosotros. Ésta es la situación a la que queremos poner fin, y la que lógicamente los políticos y sus esbirros desean perpetuar sine die.

Uno de los mensajes más repetidos por los activistas pro prostitución es que las putas no son las malas de la película, sino las leyes que los gobiernos establecen en su contra, muy a menudo declarando con total desvergüenza que se hacen en su beneficio. Si cualquier responsable político desea ayudar a estas personas de corazón y no sólo de boquilla, lo primerísimo que tendría que hacer sería escucharlas de igual a igual y comenzar a conocer su mundo desde dentro.



Todos los demás problemas son secundarios, y pueden discutirse siempre que nuestra principal reclamación sea atendida. Yo soy partidario de una prostitución lo más libre posible, sin una reglamentación decimonónica como la que plantea De Villena a quien todo lo que parece importarle es "que no se vea". Que las chicas estén recogiditas en burdeles (¿En qué condiciones? ¿Las ha preguntado si eso es lo que prefieren? Muchas sí, pero otras no), que pasen sus exámenes médicos y coticen a la SS. Es decir, que estén controladas. Más poder para el gobierno. Que no, que no van por ahí los tiros, no es eso lo que queremos. A ver, entiendo que partimos de una posición de debilidad y no podemos negociar en igualdad (eso suponiendo que siquiera pudiésemos negociar, claro), que debemos hacer concesiones y limitar nuestras demandas. Me hago cargo y estoy dispuesto a aceptar las situaciones que ya se producen de facto, ese control de prostitutas, su zonificación, los exámenes médicos y los pagos a la administración (siempre que sean legales, es lo mínimo exigible ¿no?). Pero de lo que se trata es de que, a la larga (porque esto es un proyecto a muy largo plazo, una "carrera de fondo"), la prostitución vaya siendo aceptada socialmente y normalizada legalmente. Que no sea vista como un mal irremediable e inevitable sino como una opción tan legítima y aceptable como cualquier otra. Lo sé, suena a utopía, como tantas otras de mis ensoñaciones: que exista una separación de los poderes del Estado, que los gobernantes se sometan a la legalidad que ellos mismos dictan, que la Ley sea igual para todos y no discrimine a nadie... la verdad es que como diga esto en voz alta en la calle me meten entre cuatro paredes acolchadas.

Ese tipo de regulaciones, que no tienen en consideración las reclamaciones de las prostitutas y están interesadas en proteger ciertos "bienes públicos" (sanidad, orden, una inexplicable defensa de la infancia... ¿qué le hacen las putas a los niños? Como decía Marga Carreras a quienes se asustaban por tener cerca a una puta: "si no me pagan no les voy a hacer nada", jajaja) en vez de los derechos y libertades de la ciudadanía, son extremadamente perniciosas y acaban dando carta blanca a la violencia contra las putas. Es muy frecuente que se caiga en las medidas represivas para perseguir a las "mafias" (como sucedió con la legalización Holandesa, la cual sí fue una legalización pues los burdeles estaban prohibidos), que nunca se han visto pero "se sabe que existen", o para garantizar que la prostitución se realiza única y exclusivamente de la forma que los burócratas del gobierno han establecido como más conveniente desde sus despachos.

Por mi parte, considero que cualquier tipo de regulación tendría que partir del conocimiento de esta realidad, buscando por una parte mejorar las condiciones de trabajo de las prostitutas y por otra compatibilizar los espacios garantizando la convivencia social. No son objetivos contradictorios, sino que se retroalimentan mutuamente: por ejemplo, si ponemos papeleras y servicios sanitarios vamos tanto a hacer más agradable el ejercicio de la prostitución como a mitigar el impacto que tiene en el entorno. La prostitución puede resultar muy beneficiosa para una zona si los poderes públicos actúan adecuadamente, ya que como toda actividad económica produce un movimiento de dinero y potencia otra serie de negocios (bares, discotecas, tiendas...). Ante la propuesta de De Villena, escuchen qué nos tiene que decir una mujer que sabe de qué va la movida:

Cuando se habla de regulación mucha gente lo asocia a establecer controles y medidas sobre las prostitutas. Pero no, se equivocan, lo que hay que controlar no es a las putas sino a las autoridades públicas. La mayor parte de los problemas y efectos negativos achacados a la prostitución no están causados por esta actividad en sí misma sino por la situación en la que se desarrolla debido a las medidas políticas.

2 comentarios:

astur-leonés dijo...

¿Vas finalmente a hacer algunas consideraciones sobre alguna de las ponencias que dejé en tu anterior 'post'? Gracias.

Cliente X dijo...

Sí, ayer leí dos de ellas. Espera hasta la noche que ahora tengo que salir a trabajar.