Lo que resulta totalmente novedoso de mi blog, y no lo veréis en ningún otro, es el hecho de que mantenga una relación bastante cordial con personas cuyas posiciones y análisis resultan muy diferentes al mío. No me avergüenza decirlo, estoy en contacto con algunos de los llamados "abolicionistas" (pocos, la verdad sea dicha... pero no es por mi culpa). Antes de putero soy un convencido liberal, y todavía antes un ferviente demócrata, y por eso creo en la libertad de ideas, de expresión, y de discusión. He de remarcar esto porque cualquiera que se aproxime al debate existente en torno a este tema verá que las posiciones parecen totalmente inamovibles, sin que exista debate más que entre gente de la misma cuerda y eso es algo que considero sumamente empobrecedor. Me gusta escuchar a todo el mundo porque estoy convencido (como me ha demostrado la experiencia) de que no hay nadie de quien no se pueda aprender algo. Por eso mis planteamientos son absolutamente únicos.
Pues bien, una de las personas con quienes contacté recientemente fue con D. José Ángel Lozoya Gómez. Él es un investigador que se halla estudiando el fenómeno del consumo, de la demanda de la prostitución. De nosotros, los clientes. Así que me envío un correo con un artículo que viene a resumir las conclusiones de un estudio que viene haciendo con Hilario Sáez, Álvaro Rúiz y Juanma Romero en Andalucía. Le prometí comentarlo y ayudar a difundirlo, así que como lo prometido es deuda aquí vamos:
José Ángel Lozoya Gómez, miembro del Foro y de la Red de Hombres por la Igualdad
En los últimos cuarenta años el consumo de prostitución ha evolucionado de la forma menos previsible. Lo que bajo la dictadura fue rito de iniciación y válvula de escape (que se explicaba por la represión y la censura franquistas de la sexualidad en general, y de toda práctica sexual fuera del matrimonio y que no fuera encaminada a la reproducción), ha pasado ahora a verse como la posibilidad de vivir una experiencia placentera que, además, reporta plusvalía de género.
Durante el franquismo se pronosticaba que con la llegada de las libertades, la legalización de los anticonceptivos y la liberación de las costumbres sexuales, el consumo masculino de prostitución acabaría siendo una práctica muy minoritaria. Pero la cobardía de unos y la oposición de otros han frustrado los esfuerzos del movimiento por la liberación sexual (feministas, gais, lesbianas, sociedades de sexología...) en pro de una educación sexual democrática, en la escuela y en las familias, que pusiera la libertad y la búsqueda mutua del placer en el centro de los encuentros afectivo-sexuales.
¿Por qué pasamos por caja para tener sexo? Mucha gente ajena a nuestro mundo ha dado multitud de explicaciones, pero pocos se han parado realmente a escucharnos.
Este vacío educativo lo llenó el mercado, que asumió la función de proveedor de información sexual sustituyendo a los amigos de antaño. Con la conquista y consolidación de las libertades democráticas, el mercado se encargó, con la pornografía como mascarón de proa, de dar respuesta a las ganas de explorar y conocer todas las posibilidades de lo sexual; la búsqueda y la obtención del placer se convirtieron así en un variado catalogo al alcance de todos, que incluye productos tan diferentes como la moda, el culto al cuerpo, la cirugía estética y genital o la viagra. Y también, claro, la prostitución.
Hoy todavía va de putas la generación educada en el nacionalcatolicismo (que asistió a la llegada del destape, la pornografía y los videos comunitarios), para quienes este era el único contacto sexual a que se podía aspirar sin pasar por los altares, o el único modo de experimentar aquellas prácticas que no osaban sugerir a sus esposas; también va la generación que creció con el feminismo, los hombres que vieron cuestionada su habilidad cuando las mujeres comenzaron a reivindicar su propio placer en el encuentro heterosexual; e incluso la juventud consumista que ha crecido con Internet, se ha educado sexualmente frente a la pantalla del ordenador y se descarga sin problemas aplicaciones para el teléfono móvil. Van de putas todos aquellos hombres a quienes no compensa la incertidumbre ni el esfuerzo del ligue, los que ven más cómodo y asequible pagar por los servicios de jóvenes de distintas razas y nacionalidades, que les prometen satisfacer todas sus fantasías sexuales sin que ellos tengan que asumir responsabilidades ni sentirse examinados por unas mujeres cada vez más autoafirmadas.
Una de las motivaciones que no se le pasa a nadie por alto es la comodidad, facilidad e incluso economía del sexo de pago. O como se suele decir, "quien folla pagando, acaba ahorrando". Aunque parezca contraintuitivo es cierto, cuando tenía novia no ahorraba un duro y, sin embargo, cuando vas de putas controlas mucho más tu dinero.
Es cierto que ahora los jóvenes tienen mucho más fácil relacionarse sexualmente con gente de su edad, pero para ellos, al igual que para sus mayores, la iniciación en el consumo de la prostitución tiene mucho de rito homosocial. Aunque ir de putas haya dejado de ser la ceremonia de paso a la sexualidad adulta, ahora se suele entrar por primera vez a un puticlub para acabar una fiesta o una juerga entre amigos; sin la premeditación de antaño de quien va a pagar a cambio de sexo, pero con unos colegas que les animan a probar, a cambio de reconocerles como los heterosexuales activos y trasgresores que se supone que son.
Hay cierta coincidencia entre los hombres en ver su sexualidad como una necesidad que transciende el autoerotismo y debe ser satisfecha; esta supuesta necesidad se percibe entonces como un derecho individual que algunos convierten en exigencia social, lo que les lleva a sostener que la prostitución cumple un fin social de innegable importancia que debe ser regulado por el Estado. Los consumidores habituales son pocos, los ocasionales muchos. Lo que garantiza el futuro de la prostitución es que en realidad son muy pocos los hombres heterosexuales que no se ven a sí mismos pagando a cambio de sexo en ninguna circunstancia. La inmensa mayoría defiende la necesidad de perseguir la trata de personas y la prostitución de menores, y que una regulación garantizaría el control sanitario y fiscal, al tiempo que protegería los derechos de las mujeres que supuestamente la ejercen voluntariamente. Pero en un mundo en el que todo tiene un precio, pocos clientes se preguntan, cuando van de putas, si la mujer con la que negocian está siendo objeto de trata o afirmando la libertad de toda mujer para decidir sobre sus cuerpos, porque preguntárselo les baja la libido y arruina el deseo.
Mujeres y hombres homosexuales consumen mucho menos sexo de pago. En el caso de las mujeres, esto quizás indique que el mercado no es capaz de suministrar el sexo que respondiera a sus expectativas, por el que quizás estuvieran dispuestas a pagar. Por su lado, la experiencia del colectivo homosexual sugiere que el consumo de prostitución disminuye entre quienes acceden con facilidad al tipo de sexo que desean: por qué habría de pagarse por algo que, entre hombres con las mismas expectativas, se encuentra gratis con facilidad. Cabe suponer por tanto que el consumo heterosexual solo disminuirá si la deconstrucción de los roles de género, y por tanto sexuales, propicia una aproximación en las expectativas de los hombres y mujeres predominantemente heterosexuales, y coloca en el centro de las relaciones sexuales (para ellos y ellas, en igualdad) la búsqueda de la gratificación mutua.
Últimamente viene siendo frecuente que se hable de quienes frecuentamos prostitutas, generalmente reprochándonos lo que hacemos y tratando de hallar toda clase de patologías que expliquen nuestra "desviada" conducta. Así, una larga lista de académicos entre los que podemos citar a Octavio Salazar, Alberto B Ilieff, Juan Carlos Volnovich, Enrique Javier Díez Gutiérrez, Rafael López Insausti, David Baringo, Maria José Barahona Gomariz, Águeda Gómez Suárez, Silvia Pérez Freire, Rosa María Verdugo Matés y Beatriz Ranea Triviño se han aproximado -al igual que José Ángel Lozoya y sus colegas- a la figura del cliente. Todos desde una perspectiva abolicionista, contraria a la prostitución. El único trabajo que conozco en sentido contrario, escrito en castellano, es el del sociólogo José López Riopedre basado en los testimonios de varias trabajadoras sexuales.
¿Qué pienso, como cliente de prostitutas, de lo que se dice sobre nosotros? Bueno, pues para empezar que no hay que generalizar porque hay de todo, al igual que cuando de habla de las chicas. La gran diferencia, como lo veo yo, reside en el tiempo en el que se haya estado vinculado al mundo de la prostitución pues un cliente eventual, que no conozca a las chicas y sea ajeno a su mundo, seguirá manteniendo unos temores y prejuicios similares a los de la mayoría de la población. Las prostitutas que han decidido salir a la luz pública son siempre personas con una amplia experiencia, que han logrado superar sus miedos y son capaces de confrontar la discriminación que sufren. Por el contrario muy pocos clientes logran construir una identidad como tales, ya que no es algo que nos dé de vivir y además resulta mucho más sencillo rehuir el estigma que enfrentarse a él. Yo puedo decir que me he encontrado de todo, desde tipos que efectivamente necesitan pagar por sexo porque jamás lo conseguirían de otra forma a otros a quienes las chicas se lo harían gratis (conmigo mismo han estado bastantes veces sin cobrar, o pagando sólo la habitación, o regalándome tiempo, o incluso gratis total invitándome a su casa). Desde hombres que se creen superiores a las prostitutas y las menosprecian a otros que las defienden y se enfrentan a los anteriores. Hay algunos que se limitan a mantener una relación estrictamente comercial lo más breve posible y otros que nos interesamos por las chicas, por su familia, por sus problemas, y que trabamos un vínculo emocional. Pero eso creo que va más con el carácter propio de cada uno: siempre he dicho que el tipo que es simpático lo va a ser tanto dentro como fuera del ambiente, y del mismo modo el que es un sosainas va a estar a disgusto con las que cobran y con las que no lo hacen.
¿Qué pienso, como cliente de prostitutas, de lo que se dice sobre nosotros? Bueno, pues para empezar que no hay que generalizar porque hay de todo, al igual que cuando de habla de las chicas. La gran diferencia, como lo veo yo, reside en el tiempo en el que se haya estado vinculado al mundo de la prostitución pues un cliente eventual, que no conozca a las chicas y sea ajeno a su mundo, seguirá manteniendo unos temores y prejuicios similares a los de la mayoría de la población. Las prostitutas que han decidido salir a la luz pública son siempre personas con una amplia experiencia, que han logrado superar sus miedos y son capaces de confrontar la discriminación que sufren. Por el contrario muy pocos clientes logran construir una identidad como tales, ya que no es algo que nos dé de vivir y además resulta mucho más sencillo rehuir el estigma que enfrentarse a él. Yo puedo decir que me he encontrado de todo, desde tipos que efectivamente necesitan pagar por sexo porque jamás lo conseguirían de otra forma a otros a quienes las chicas se lo harían gratis (conmigo mismo han estado bastantes veces sin cobrar, o pagando sólo la habitación, o regalándome tiempo, o incluso gratis total invitándome a su casa). Desde hombres que se creen superiores a las prostitutas y las menosprecian a otros que las defienden y se enfrentan a los anteriores. Hay algunos que se limitan a mantener una relación estrictamente comercial lo más breve posible y otros que nos interesamos por las chicas, por su familia, por sus problemas, y que trabamos un vínculo emocional. Pero eso creo que va más con el carácter propio de cada uno: siempre he dicho que el tipo que es simpático lo va a ser tanto dentro como fuera del ambiente, y del mismo modo el que es un sosainas va a estar a disgusto con las que cobran y con las que no lo hacen.
Otro de los aspectos que suelen omitir los estudios sobre los clientes, pero que encontramos recurrentemente en sus testimonios, es la posibilidad de tener un sexo fácil, variado (con múltiples parejas), de calidad (mujeres jóvenes, bonitas, que se cuidan) y sin compromiso. Pensándolo fríamente, cepillarse a una maciza por un puñado de euros no parece mal negocio. La relación satisfacción/coste es bastante buena.
Hecha esta aclaración, voy a dar mi opinión sobre las cuestiones que plantea el señor Lozoya no sin antes agradecerle sinceramente que haya querido contar con mi parecer. Una supuesta paradoja que inquieta a todos aquellos que estudian la prostitución es comprobar cómo el consumo de la misma va en aumento, y además entre gente cada vez más joven que en principio no parece necesitar pagar para obtener relaciones sexuales. ¿No debería ser al revés? Pues no. Siento desilusionarles pero la explicación es sumamente sencilla pues es de naturaleza económica. El consumo de prostitución es elástico, a mayor liberalización de las costumbres hay mayor oferta de sexo pero también una mayor demanda. No podemos valorar la demanda de prostitución de hoy con parámetros de antaño, porque mientras en un régimen autoritario quizá no había otra alternativa que pagar por sexo (lo desconozco, yo no viví esa época) hoy lo que se hace es pagar por tener MÁS sexo. La gente encuentra agradable follar, y lo ve como un placer más de la vida (como comer o dormir). Existe toda una amplia oferta de ocio disponible en nuestra sociedad, y mientras a uno le puede gustar fundirse los cuartos en ver la final de la Champions y a otro en asistir a un concierto de Melendi, pues ir de putas es una opción que también produce bienestar y satisfacción. Es así de sencillo, sin más dramones ni explicaciones rebuscadas. Cuando yo "cogí carrerilla" y comencé a ir de putas habitualmente no era ni porque considerase a las mujeres como menos que yo ni porque desease refugiarme en un "espacio de machismo". Nada de eso me pasó a mí ni a los otros puteros que fui conociendo. Lo que nos gustaba era poder "catar hembras", sentir diferentes cuerpos, experimentar placer sexual con desconocidas. ¿Que podríamos haberlo hecho sin pagar? Pero no de manera tan rápida ni tan cómoda. Lo reconozco, al igual que muchos tíos me gusta que me lo pongan fácil. Somos más simples que el mecanismo de un calcetín, y si lo que quiere uno es echar un polvo en media hora después del curro y estar en casa para la hora de la cena y acostarse pronto y calentito que el día siguiente hay que madrugar lo más sencillo es ir de lumis.
Por otra parte, se dice que el hecho de pagar crea una especie de asimetría, que la prostitución viene a sancionar la desigualdad entre hombres y mujeres. Nuevamente he de mostrar mi más profundo desacuerdo. Las prostitutas son el paradigma de mujer liberada, al contrario de lo que se piensa no están sometidas al hombre porque no se "casan" con nadie. No tienen un novio, un marido, un hombre que las controle sino que al tener multitud de parejas no dependen en exclusiva de una de ellas. El mercado de la prostitución es casi perfecto, sin barreras ni de entrada ni de salida y con multitud de oferentes y demandantes: en una relación de pareja convencional existe un MONOPOLIO, que como cualquiera sabe es la situación perfecta para que existan abusos. Si sólo estás con una persona con la que guardas fuertes lazos afectivos, va a poder controlarte. En la prostitución esto no pasa, puedes tener varias "amiguitas" (al igual que ellas) sin que existan celos, ni otros malos rollos tan habituales en las relaciones monógamas. Yo creo que más que por sexo, casi empecé pagando por TRANQUILIDAD. Y además, tanto la prostituta como el cliente salen satisfechos con el intercambio y ambos tienen fuertes incentivos para que la transacción sea mutuamente beneficiosa y se vuelva a producir en el futuro. Aunque sé que esto que digo me va a hacer ganarme más antipatías que simpatías, es el mercado libre en funcionamiento: buscando nuestro propio y egoísta interés acabamos beneficiando al prójimo... al revés que en el socialismo, en el que bajo la pretendida consecución de un interés general el dirigista perjudica a la sociedad.
Divertida historieta de "El Jueves" (pueden ampliarla pinchando en ella) acerca de los motivos que se supone que tienen tanto los que van de putas como quienes no lo hacen. Se mantienen muchos de los estereotipos e ideas preconcebidas que tanto critico, pero al menos te hace sonreír.
Asimismo se cuestiona que veamos el sexo como una "necesidad" que debe ser satisfecha a toda costa, pero esta crítica es tan endeble que no resiste la mínima contrastación con la realidad. Cualquiera puede observar, en las zonas en las que se ejerce la prostitución en medio abierto, que son las chicas quienes en no pocas ocasiones paran al cliente buscando que contrate sus servicios. Ellas básicamente realizan una labor comercial, y aunque cuando vendes algo evidentemente en ocasiones te encuentras con clientes que están deseando adquirir el producto o servicio que les ofreces en muchas otras eres tú quien debe convencerles de que tienen una necesidad. O de que te compren por cualquier otro motivo. ¡Cuántas veces las chicas te animan a atenderte con ellas apelando a tu solidaridad ("vamos, no hay trabajo", "nadie me folla") o incluso a tu orgullo como hombre ("¿qué pasa, no quieres follarme?", "¿estás maricón, ma?")! Emplean impulsos y emociones para cerrar la venta, habilidad básica en el mundo mercantil. Yo muchas, pero MUCHAS veces he ido de putas porque son ellas las que me han llamado. Me mandaban SMS o Whatsapps para que fuese a verlas. Y es que como buenas vendedoras, saben cuidar de su cartera de clientes.
Además resulta evidente que en los últimas años la demanda de servicios sexuales se ha desplomado y eso no es achacable a que haya descendido la libido de los varones sino sencillamente a la devastadora crisis económica. Quien va de putas lo hace, en primer lugar, porque LE SOBRA EL DINERO. He de decirlo así de claro, de hecho cuando se le dice a alguien que puede tirar su pasta se emplea la expresión "por mí como si te lo gastas en putas". ¿Por qué esos famosos directivos de BANKIA y los sindicalistas de los EREs de Andalucía resultaron ser tan puteros? ¿Es que acaso después de DARPOLCULO todavía les quedaban más ganas de JODER? La respuesta, de nuevo, es la más sencilla: tenían tanto dinero que no sabían en qué gastarlo. ¿Por qué cuando más se va de putas es a principios de mes y, en cambio, a finales las chicas no se comen ni los mocos? El puterío es OCIO, y uno se gasta los cuartos cuando los tiene.
Para ir de putas se necesita pasta, a ver si hemos descubierto el agua tibia. Es un vicio, y potencialmente muy caro. Por eso quienes van de putas son aquellas personas que subjetivamente valoran más el bienestar (tanto físico como emocional) que pueden obtener acudiendo a prostitutas que el que les reportan el resto de bienes y servicios disponibles en el mercado. No sé por qué causa tanto escándalo pagar por sexo, más en una sociedad como la nuestra en la que el sector servicios desempeña un papel de primer orden.
Para finalizar hay dos puntos que he tratado hasta la saciedad en otras entradas pero que no me queda más remedio que mencionar. El primero es la posibilidad de que la chica con la que estemos no esté allí libremente. Creo que ese es un temor que hemos tenido muchos clientes, es un tema que sale recurrentemente. Pero es que eso no es lo que nos encontramos, por suerte o desgracia. Ya, sé que diréis que hay cosas que no queremos ver, que no podemos saber qué hay tras las chicas, o directamente podéis acusarme de mentir. Lo sé. Lo único que puedo hacer es aseguraros que YO CUENTO LO QUE VEO, que si viese otra cosa es lo que contaría. Que me he interesado MUCHO en estas chicas y en sus condiciones de vida y trabajo, y que pasando muchísimo tiempo con ellas no he detectado UN sólo caso de prostitución forzada. Y mi experiencia es compartida por otros clientes, otras prostitutas y también por profesionales (abogados, trabajadores sociales, académicos...) que han entrado en contacto con este fenómeno. ¿Si creía que podía haber alguna chica obligada? Al principio estaba CONVENCIDO de ello. Creía que todas, o prácticamente todas, estaban ahí a la fuerza. Me tomó un tiempo darme cuenta de que no era así, y eso que creía ver en el menor indicio una prueba concluyente de que las estaban obligando. A día de hoy puedo afirmar categóricamente que la prostitución forzada en España o no existe, o se halla en circuitos muy restringidos a los que la gente corriente no tiene acceso (los poderosos siempre se ha movido en una "liga" diferente). Sin embargo hallé otro problema, aunque como ahora no viene al caso no profundizaré en él: ciertamente la inmensa mayoría de las chicas (quizá en el torno del 80-90%) se hallan sometidas a mafias, pero éstas no las obligan a prostituirse sino que se lucran gracias a su actividad y generalmente lo hacen de manera coercitiva. Es decir, prostitución forzada CERO. Chuleadas, CASI TODAS. Pero vamos, como nos sucede al resto de los españolitos de a pie que nadie nos obliga a currar pero luego nos expropian la mitad de lo que ganamos. ¿Que me gustaría que todo lo que ganasen se lo quedasen ellas? Claro, también a mí me gustaría no pagar impuestos. Pero esto es lo que hay, y no parece que vaya a cambiar.