¿Tú crees que para un cliente es distinto la trata que la prostitución, que él va donde hay mujeres prostituidas y les pregunta, antes de sacar la billetera, les dice: oye, dime, tú que eres, de la trata o de las del libre consentimiento? ¿Tú crees que eso lo pregunta algún cliente, entre comillas? Entonces ya ahí no es distinta la trata de la prostitución. Para el cliente, entre comillas, no lo es.
Ana de Miguel, filósofa feminista
Hay dos aspectos de la prostitución que resultan muy llamativos para los abolicionistas, el del cliente y el de la trata de mujeres. En numerosas ocasiones he abordado ambos temas, tanto de manera separada como relacionándolos. Pero lo que quiero hacer hoy es
abrir el debate entre los clientes, ya que me siguen varios de ellos,
sobre la incidencia de la trata y existencia de mujeres forzadas a prostituirse (“prostituidas”). Por supuesto pueden participar y plantearnos cualquier cuestión todas aquellas personas que lo deseen.
Desde el abolicionismo
se nos acusa de no interesarnos, de “hacernos los sordos” ante la “realidad de la explotación sexual”.
El hecho de que los clientes consideremos que las prostitutas ejercen esta actividad libremente estaría causado bien por nuestra desidia y falta de interés en conocer la situación de estas personas, bien por el deseo de curarnos en conciencia. Estas mujeres evidentemente serían víctimas de sus proxenetas y si no manifiestan la realidad que padecen es por el terror que tienen a estas mafias. Así me lo decía hace unos meses un lector/a anónimo:
Me da la impresión de que crees que por el hecho de ser cliente y haber tratado con prostitutas conoces su verdadera situación. No entro a valorar el tema de la prostitución voluntaria porque me extendería bastante, sino de la trata de personas. Creo que te pones una venda porque no quieres ser cómplice de ello, porque no quieres pagar los servicios de una prostituta sabiendo que estás contribuyendo a la trata de personas, contribuyendo a que esa persona sea una esclava a la que solo se la valore su cuerpo y no su vida, y contribuyendo también a que esa mujer tenga un dueño, que como bien sabes es el proxeneta. Puede ser que algunos clientes sean tan ignorantes como para no darse cuenta de que la mujer con la que se están acostando puede ser una victima pero otros muchos lo saben e ignoran el problema y, por tanto, contribuyen a que el problema no solo no se erradique sino que aumente. Por último, me gustaría hacerte una pregunta, ¿esperas que una prostituta reconozca que está en ese lugar por obligación para así comenzar a verlo como un problema de explotación? Bien, sigue con tu venda entonces porque estas mujeres raramente reconocen el problema que tienen, ni a clientes, ni a profesionales, ni a la policia. No lo dirán porque tienen miedo (a lo que pueda pasarles a ellas y a la familia que han dejado en su lugar de origen, entre otras cosas) y porque su único propósito es pagar la deuda que el proxeneta les ha puesto. Que no lo cuenten no quiere decir que el problema no exista y que, como ya he dicho, el cliente forme parte de ello.
La figura del cliente de prostitutas -ya muy denostada por relacionarse con la falta de virilidad, de habilidades sociales o de respeto hacia la mujer- queda aún más desprestigiada al hacerle responsable de la trata de mujeres y la explotación sexual. De acuerdo al imaginario social ampliamente extendido, nuestro interés en las prostitutas se circunscribiría únicamente al plano sexual: escogemos a la mujer más exuberante, la pagamos, la follamos y no cruzamos casi ninguna palabra con ella. Sin embargo los relatos de los clientes muestran que semejante prejuicio dista mucho de ser verídico, ya que no sólo hablamos con las chicas y nos interesamos por ellas sino que incluso llegamos a establecer relaciones de confianza y amistad gracias a las cuales vamos conociendo cómo viven el trabajo sexual, los problemas que enfrentan y hasta la naturaleza de las autenticas mafias que las extorsionan.
Bien, como sabe todo aquel que venga siguiendo este blog
nunca he sido insensible al problema de la trata. De hecho,
cuando todavía desconocía el mundo de la prostitución y apenas era un cliente ocasional, era un asunto que me preocupaba profundamente. En todo momento
albergaba la sospecha de que las mujeres en situación de prostitución tenían detrás un proxeneta, puesto que por una parte eso era lo que oía de continuo en los medios de comunicación y por otra me dictaba mi sentido común (lleno de prejuicios y moralina): ¿Cómo iban a llegar tantas mujeres jóvenes, bonitas y extranjeras (algunas incluso sin conocer el idioma) a los pisos y clubes de nuestras ciudades?
La existencia de la trata de mujeres con fines de explotación sexual me resultaba una verdad tan
evidente e incuestionable como, por citar otros dogmas a los que se han referido en la anterior entrada, el cambio climático o el SIDA. Quien negase la existencia de estos fenómenos no es que estuviese equivocado, es que era un loco peligroso con perversos intereses contrarios al bienestar general. ¿Qué podía ser más importante que la libertad de las mujeres, el medio ambiente o la salud pública? Ni se me pasaba por la imaginación que un grupo de listillos pudiesen estar haciendo caja a costa de la ingenuidad y buenas intenciones de la gente.
¿Cómo fui cambiando mi postura y cuestionando las creencias que en un principio mantenía? Estando con prostitutas. Y más que preguntarlas
lo que hice fue ESCUCHARLAS. Ya sabemos que
el método de las preguntas directas y cerradas no resulta de ninguna utilidad, por lo general lo emplean ciertos periodistas para reafirmar sus prejuicios ya que invariablemente las chicas las responden que no hay chulo, que trabajan por libre y que dejen de molestarlas que quieren trabajar. La conclusión que sacan los reporteros es que no solo están obligadas, sino que no pueden reconocerlo por mor a las represalias. No hay escapatoria: tanto si dicen que sí, que no o no contestan han de trabajar para un chulo. Esa era una vía cerrada que no conducía a ninguna parte.
En cambio
lo que hice fue, de manera natural al pasar mucho tiempo con ellas, ganarme su confianza. Me ayudó mucho el convivir con ellas fuera del trabajo, aspecto que usualmente olvidan los abolicionistas. Las tuve de vecinas, de amigas y de novias. Y leñe, no veía por ninguna parte ni chulos ni mujeres forzadas. ¿Es que era muy poco observador? ¿Acaso sabían ocultarse tan bien? ¿O es que no eran ciertas las historias que venía escuchando desde pequeñito? Porque
os aseguro que de haber encontrado alguna mujer en situación de esclavitud sexual lo habría contado, en este blog no pretendo defender ninguna visión predeterminada de la prostitución sino simplemente mostrarla tal y como yo la he conocido.
Las abolicionistas, como Ana de Miguel, aseveran que la mayor parte de las mujeres prostituidas son víctimas de la trata y que los clientes no deseamos informarnos de las redes mafiosas que puede haber tras ellas. Por suerte o desgracia, conozco mejor estas mafias de lo que desearía. Y probablemente Ana también pero no quiera perder las subvenciones.
Durante un época
no podía explicarme cómo podía existir esa falta de concordancia entre lo que veía con mis propios ojos y la imagen que tenía anteriormente de la prostitución. Me resultaba indignante que se dijese lo que no era, especialmente porque esa visión falseada del trabajo sexual la sostenían personas que aseguraban tratar con prostitutas e incluso trabajar a su favor. ¡Pero si veía que en realidad las estaban perjudicando! ¡Cómo iba eso a ser posible! ¿Y qué me dicen de las autoridades públicas? ¿Es que acaso no se daban cuenta de que les estaban engañando para agarrar subvenciones?
Claro que todavía no había indagado lo suficiente como para responder a todas las preguntas que tenía, únicamente tenía claro que nuestras autoridades desconocían la realidad de la prostitución (lo que luego se mostraría erróneo... nuestra clase política no es tonta, más bien se pasa de lista) y así malamente podrían solucionar nada. Pero estaba muy equivocado. O más que equivocado, resultaba que aun ignoraba aspectos fundamentales que harían que todo cobrase sentido. Como he contado, la clave para conocer la situación real de la prostitución fue crear lazos de amistad con las chicas. Después todo vino dado, no tuve que buscar las cosas porque vinieron a mí. El pasar noches enteras con ellas me hizo ser testigo de multitud de acontecimientos, el ganarme su confianza que me desvelasen sus historias, preocupaciones y secretos. Entonces
me contaron lo que siempre había estado buscando, la confesión que cualquier reportero sensacionalista desearía obtener.
Que efectivamente había chulos, mafias y ellas no se quedaban con todo el dinero que ganaban. El corazón me dio un vuelco.
¿Cómo era posible que estuviese ante mis narices y no lo hubiese visto? ¿Y si a mí me lo decían, por qué no a la policía para librarse de tan salvaje opresión? ¿Necesitaban guardar el secreto porque estaban amenazadas?
Se nos asegura que las prostitutas viven coaccionadas por unas terribles organizaciones criminales que pueden hacer con ellas lo que quieran, llegando al punto de disponer de sus vidas. A pesar del férreo control que ejercerían sobre estas mujeres, la mayoría de la población no sería consciente de su existencia. Muy a mi pesar he de reconocer la autenticidad de esta afirmación.
Si con anterioridad se me habían caído los esquemas, la nueva noticia constituyó un auténtico mazazo. En el plazo de varios meses
varias de las chicas me fueron contando, por su propia iniciativa, cómo tenían que pagar para que las dejasen trabajar. Podían hacerlo a través de la chula, con quien se repartían las ganancias al 50%, o directamente a los policías en cuyo caso el pago consistía en una cantidad fija semanal o diaria.
A lo largo de los años sus historias cobrarían cada vez mayor consistencia al ser sostenidas por mujeres de diversas procedencias, que no se conocían entre sí y relataban exactamente las mismas situaciones. Incluso un par de veces llegué a presenciar en persona las extorsiones, la primera a una chica joven a la que dos policías de paisano la pararon cuando iba conmigo porque esa semana no les había pagado y la segunda a una señora algo más mayor que pagó 400 euros en mi propia cara a una pareja de “secretas” (uno de ellos mujer) a plena luz del día. Después me dijo, bromeando, que todas las chicas les tenían que “dar los papeles”. Pues vaya, ese término cobra un nuevo e inquietante significado…
No estaba preparado para semejante revelación pues a nadie le escuché nada parecido anteriormente. Para empezar,
a las chicas no las obligaban a prostituirse sino que tenían que pagar para poder hacerlo. Además
las mafias no estarían controlando a las chicas sino las zonas de prostitución y obligarían a las chicas a ceñirse a un horario, a pagar una tasa, a someterse a controles médicos y en varios casos a vivir en determinadas pensiones donde tenerlas controladas. Pero es que
el remate final estaba en el hecho de que fuesen los propios agentes de la autoridad quienes estuviesen detrás de todo, y además no de una manera puntual sino que se tratase de un dominio ejercido de manera sistemática. Coooño. Ahora las cosas cobraban sentido. El por qué de la existencia de una versión oficial falaz impulsada desde las instituciones, la razón de que las asociaciones abolicionistas recibiesen tan cuantiosas ayudas e incluso en muy notables casos estuviesen directamente impulsadas por la administración (caso de la Federación de Mujeres Progresistas) y, sobre todo, el status de alegalidad del trabajo sexual en nuestro país que permite que las autoridades cometan todo tipo de arbitrariedades, coacciones y excesos contra quienes deciden ejercer el trabajo sexual.
Ésta es la experiencia de los "puteros" con
la trata. No es sólo una mentira, es una mentira interesada y peligrosa construida con el propósito de mantener sin derechos a las prostitutas y encubrir a los auténticos mafiosos. Como probablemente lo que les acabo de relatar les resulte tan impactante como a mí en un su día, quiero acabar añadiendo el relato de otro cliente. Es un tal “Mandeville” quien, respondiendo a un artículo de esos que relatan una serie infinita de horrores y miserias que acompañan a la prostitución, viene a decir lo mismo que yo. Su caso es el de un hombre que pasó de ser cliente a marido de una prostituta -situación nada infrecuente, por cierto- y para quien las historias abolicionistas son películas sin la menor credibilidad. Ni él ni su mujer jamás vieron “trata”, en cambio son conocedores de las extorsiones policiales (a las que muy acertadamente califica como el mayor problema de las prostitutas, también las chicas que conozco me indican que es con lo que están más descontentas) y el claro interés de las asociaciones feministas en chupar del bote mientras proclaman ayudar a las prostitutas y se alían con los verdaderos proxenetas.
Probablemente no les guste lo que los clientes contamos, pero es lo que vemos y lo que nos dicen las chicas. Que en definitiva es lo que hay.
Mandeville, 19 de Octubre de 2010
Ella dudó al principio. Tenía una hija en Brasil (no reconocida por su padre y a la que yo he adoptado) y quería ganar dinero para hacerse una casa en Brasil. Finalmente aceptó y al cabo de 4 meses de convivencia decidimos casarnos. Luego trajimos a nuestra hija, a los dos años nació nuestro hijo y decidí darle mis apellidos a la niña.
A lo que iba. Mi mujer y todas las chicas que ha conocido durante su época de prostituta emigraron a España para trabajar en la prostitución. La mayoría vinieron por su cuenta, si bien otras ya tenían contactos en España. Casi todas, para pagarse el pasaje (ida y vuelta que se pierde) y el dinero para sus gastos durante su estancia en España (si no hay pasaje de vuelta y dinero no les dejan entrar en España, han tenido que pedir prestado (a un prestamista particular, a sus padres o a otros familiares) y claro, deben devolver ese dinero, pero nadie les obliga a hacerlo. Es igual que aquí cuando te prestan, que tienes que devolver y también igual que todos los inmigrantes, vengan a la prostitución o a otra actividad, que tiene que pedir para el viaje y luego devolverlo. El mayor problema de estas chicas es en muchos caso la propia policía que las acosa y en algunos casos incluso las extorsiona. A mi mujer no le ha pasado, pero hay chicas que se han echado de novios o amigos a policías y guardiaciviles pensando que así estarían más seguras en España y resulta que estos las "chulean" y les quitan el dinero, y de ayudarles con papeles nada.
La mayoría de las chicas, como en el caso de mi mujer, son humildes y con algún hijo o familiar que mantener y saben que en otros trabajos -si es que los encuentran- ganarían mucho menos. Que los clientes las obligan a hacer cosas raras no es cierto. Las chicas ofrecen sus servicios, de un tipo u otro. Mi mujer, por ejemplo, no besaba ni hacia el griego (penetración anal) y eso ya lo sabíamos sus clientes. No nos besamos hasta que tuvimos cierta amistad y la penetración anal no hemos hecho nunca, ni ahora de casados, sé que no le gusta y a mi tampoco, soy bastante tradicional y pienso que el culo es para cagar. En fin, ahora mi mujer trabaja conmigo ayudándome en mi explotación y está muy integrada en el pueblo. Mi madre y mis hermanas la quieren mucho. Nadie sabe su vida anterior o al menos nadie nos lo dice a la cara, pero aunque así fuera a mí no me importa. Era humilde y decidió salir de la pobreza por ese medio y no creo que nadie pueda reprochárselo ni reprochar a ninguna mujer por intentar dejar de ser pobre. Nos hemos casado y nos ha salido bien, formamos una familia y espero que así sigamos, pero si no hubiera sido así, estoy seguro que mi mujer hubiera conseguido, de prostituta, su casa y su negocio en Brasil y habría salido de la miseria a la que en otro caso estaba condenada. Es lista, cariñosa, buena y honrada. Mucho más honrada que todas esas ONGS, que solo quieren sacar subvenciones a costa de las chicas y que no hacen otra cosa que un proxenetismo indirecto (se forran a subvenciones a costa de las chicas). La crisis que tenemos es muy mala, pero algo bueno puede salir de ella y es que se acaben las subvenciones para las ONGS de todo tipo. El que quiera ayudar a las prostitutas o a cualesquiera otras personas puede y debe hacerlo, pero con su dinero, no con el de todos.